EL ALGUACILILLO | SUSURROS DE PUERTA DEL PRÍNCIPE | Francisco Pavón
En el mundo del toro, cada plaza tiene su idiosincrasia y diferentes particularidades: Agradecida Valencia; exigente Madrid; mágica el Puerto de Santa María; legendarias Salamanca y Toledo; festiva Pamplona; seria Bilbao; y silenciosa Sevilla por mencionar las principales, la niña de mis ojos (El Puerto) y dos con las que guardó cierto vínculo de unión a través de dos periodistas que ejercen una labor fundamental en sus respectivas tierras.
Cuando en los tendidos de la Real Maestranza de Caballería se palpa entre los aficionados cierto runrún, es porque algo importante puede ocurrir. Sensación única y difícil de describir. Surge por sí solo, lo notas, lo sientes, lo percibes…, casi sin darte cuenta te vas contagiando de un aurea especial, eres consciente de ello, pero te dejas llevar porque la ocasión así lo merece.
Emilio de Justo, muleta en mano en el sexto, Sevilla impaciente, el Guadalquivir nervioso, podía ocurrir. El toro, no era precisamente un carmelo en dulce, pero valía para culminar. Atendía al suave pulseo, a la ausencia de brusquedades, a las alturas implementadas, al buen trato del torero, que lo entendió a la perfección. De Justo tuvo la virtud de llevarlo a su aire, pero al mismo tiempo de imponerse con su peculiar concepto. Dejó tandas de buen trazo por ambos pitones y cuando llegó la hora, perdió dos pasos para esperar las embestidas y poner el culmen a su gran tarde. Lo tenía en su mano, la espada se llevó la oreja al igual que en el segundo, donde ya dijo a lo que venía tras un precioso inicio de faena. Genuflexos por alto llevando las embestidas y abriendo los caminos a su antagonista. La mano derecha fue caricia y temple a raudales, se vieron los primeros destellos, hasta el fuerte chaparrón se calmó por momentos.

FOTO @maestranzapages
De Justo tuvo el gran privilegio de escuchar como suena la Maestranza cuando se entrega por completo. Emilio fue seda, despaciosidad, clasicismo, finura, empaque y sentimiento. En los tiempos estuvo la clave, en el no impacientarse para sacar el buen fondo del victrorino, hizo aparecer la embestida Santa Coloma que el burel tenía escondida. Poco a poco, le fue dejando la muleta en la cara y lo empapó en las telas para no dejarlo pensar. La derecha surgió con una precisión infinita en series justas, medidas, pero intensas, muy intensas. Una vez centrado el toro, Emilio hizo un canto a Sevilla cuando cogió la mano izquierda, una oda al natural a través de auténticos carteles por los albores del citar, esperar, templar y mandar. Interminables y adaptados al lento ritmo que desarrolló el astado. Estaba entregado y apareció el relajo al mismo tiempo que se desmayaba por completo. Enloquecía el público en los personales pases de pecho a la hombrera contraria, en los ayudados por bajo y cambios de manos. La estocada, en todo lo alto, se tiró de verdad. Las dos orejas indiscutibles. Se recordará la faena al cuarto para el resto de la feria. De Justo y Victorino, Victorino y De Justo.
Con el capote surgieron preciosos detalles, delantales para llevarlo al caballo, quite por chicuelinas y un amplió sentido de la lidia que fue desde la habilidad para sacar los brazos cuando requería el caso, como en su primero, que no se salía de los vuelos, hasta el buen recibo ganando terreno al último. Tarde rotunda, completa, de auténtica figura consagrada, de cuatro apéndices que se quedaron en la mitad por los aceros, susurros de Puerta del Príncipe.
Antonio Ferrera, esperado siempre en Sevilla, vive una etapa de madurez y búsqueda consigo mismo que se sale de toda norma establecida. Sus pensamientos caminan por la satisfacción personal. Muchos pensarán que no terminó de acoplarse al quinto, puede ser cierto. Yo creo que se limitó a torearlo para él olvidándose de la atmósfera. Que difícil y bonito puede llegar a ser lo que comento, surgieron chispazos de gracia como dos naturales de ensueño con la mano baja donde el cuerpo embarcó al toro desde el principio al fin y algunos pasajes sentidos con la diestra. Claro que faltaron cosas, Ferrera toreó según las palabras de su propia alma…
Ante el primero, pura técnica para sobreponerse a base de una impecable colocación a un toro que pasó siempre por encima del palillo, sí atendió a los toques. No era fácil estar delante y le buscó los registros, sobre todo por el pitón izquierdo. Imposible el tercero.
Victorino Martín cumplió en Sevilla con una notable corrida de toros que destacó por la gran variedad. Sobresalió el extraordinario fondo del cuarto que fue desorejado por Emilio de Justo. Nobles y con opciones el resto, exceptuando el lidiado en tercer lugar.