DESDE UN LUGAR DE MALLORCA | PASANDO PÁGINA | José Calderón Barrios
El 18/01/13 siempre será una fecha memorable para Pepe Pineda, pues salió publicado su primer artículo en “Viva”, el periódico de papel de Écija. Yo, José Calderón, escritor furtivo, en los estertores de mi trayectoria como tal, me propongo recordar esta efeméride. Qué menos que ofrecer un humilde homenaje al que me ha representado tan satisfactoriamente durante esta década (ahora como pasan los años tan rápidos…) este decenio, o diez años, que han pasado como si hubieran sido diez minutos; de ahí que algún filósofo atrevido diga que el mundo visible, nosotros, no existimos. En algún lugar, un día es como mil años y…”. Dios es el Señor de los siglos.
Pepe, como testigo ocular y periodista aficionado -una cosa es ser periodista de carrera y otra tener vocación de serlo- tuvo el acierto de elegir una figura singular. Me refiero a Curro el Enano (q.e.p.d.), un personaje aparentemente optimista, gracioso, ocurrente, pero con muchas tristezas escondidas. En su niñez, la ley del subsistir no le permitió asistir a la escuela. Fue la generación que contaba con los dedos; por esta carencia siempre tuvo que enfrentarse a un mundo pícaro y cruel, lleno de medias verdades y mentiras donde tuvo que componérselas a su manera. Ya, de mayor, como vendedor “deambulante” de lotería siempre se le veía en alguno de los siete bares del pueblo -cito este número porque es el de la plenitud-, sentado en una silla orientada en lugar estratégico, observando el ambiente, en su atalaya, tomando el pulso al pueblo, intuyendo “el punto de ebullición” de cada persona circundante, y estudiando el movimiento de sus posibles compradores, y a la vez, las oscilaciones en el ir y venir de sus deudores, que no eran pocos. Se siente solo ante una gente que no le compra lo suficiente para que le salgan las cuentas; además, tiene que soportar también a la odiosa competencia que le señala como vendedor ilegal. Se oye por ahí que la voluntad de una persona se mide por la capacidad que tenga de soportar la soledad. Curro l’Enano, lotero, tenía una voluntad de hojalata inoxidable. Y seguía dando “fiao”. Rafael Pérez, caballero del lugar, su fiel y desinteresado contable (solidaridad y evangelio) le guardaba, en una cajita de calcetines, la lista de los morosos, y a veces, los dos, muy serios, contemplaban su contenido.
Su mente trabaja constantemente, como una rueca laboriosa, hilando pensamientos, imaginando “tácticas militares” para vender un décimo. A veces fuerza la máquina. En una ocasión, a un cliente difícil, le había augurado un premio, y éste celebrado el sorteo, le largó el papel preguntándole ásperamente: ¿Qué, me ha tocao algo? –“Lo metidol”. Responde “Currol”, ruborizado.
Sin saberlo, era un símbolo del pueblo y nunca se incorporaba a los grupitos que a veces salían buscando nuevos tajos, nuevos horizontes; muchos retrancaban cuando algún atrevido lo sugería. La Luisiana era un pueblo entre olivos, estábamos todos muy pegados al terruño, algunos habían nacido en el umbráculo de un melonar. A lo más lejos que se llegaba era a Campillo, el tres de mayo, el día de la Cruz. Y a Écija, capital natural de los pueblos de alrededor, por San Mateo, el 22 de septiembre, para ver el circo de la Alegría.
Para mí, el fallo de “Currillo l’enano” fue que no tocara el palo del flamenco, oírlo hubiera sido un espectáculo. Mira Chiquito de la Calzada, empezó en Japón, de relleno en una “trupe” cañí, y terminó en Palma, en el Palas Atenea -lo traté directamente-, firmando autógrafos, sin saber escribir. Y siempre acompañado por doña Pepita, su mujer, que hablaba poco, pero iba siempre muy bien peiná.
Si Curro disfrutaba de alguna hora feliz era cuando los llamados “Intocables” (un grupito de señores muy conocidos en el pueblo. Hoy, con la cantidad de anglicismos que circulan se les denominaría influencers -pronunciación, “influensas”, es decir, influyentes-) que le invitaban al guiso que los sábados organizaban; y lo hacían porque el lotero animaba el ambiente. Les hacía gracia su forma de hablar y sus originales expresiones, formadas por palabras arcaicas, verbos defectivos y localismos varios, dichos a su manera. Hablando de ventajas recíprocas, el aventajado era él.
Ya, en el sarao, cuando aflora el espíritu mágico del alcohol y los comensales están inflados de Cruzcampo y caldo de las viñas de Bollullos Par del Condado y hartos de arroz, se creen que el mundo es suyo, y empiezan a gritar con fuerza: ¡Que hable Curro! -tres veces, o más- Él, colorao como un tomate (de lo que lleva en la barriga, no se hace rogar. Se dirige al carromato del proveedor y lo utiliza a fuer de estrado, emite una especie de carraspeo, haciendo mohínes, e introduce un discurso que nadie entiende; sin embargo, todos los comensales, eufóricos, continúan jaleando su nombre. Sigue hablando alentado por la concurrencia. Uno, sentado solo, en un rincón, piensa que cuando habla sin decir nada es que quiere decir algo. Curro silabea, balbucea, chapurrea y los hartos de arroz “regado” exaltan y corean su gracia.
Al otro día, pasado el entusiasmo del festín, lo que queda en Currol es un personaje fatalmente trágico, solo, que todavía conserva en su mente la lista de los que, en el tiempo del hambre, habían muerto en el pueblo, de inanición.
Pepe, ánimo para que sigas escribiendo, al menos dos décadas más.
J.Calderón