HABLAR POR HABLAR | DÍCESELO TÚ TAMBIÉN | Francisco Martínez Calle
No ha sido una sola vez, sino varias las que he oído decir, especialmente entre los niños, la expresión *Díceselo tú también.
El contexto (no me acuerdo de ninguno en concreto) podría ser el siguiente:
–Pepito, tu hermano me ha dicho que ya no es mi amigo.
-No te enfades por eso, Manolín, y *díceselo tú también.
Por supuesto, la expresión no es aceptable, ya que, según las leyes del idioma, la forma correcta sería esta otra: No te enfades por eso, Manolín, y díselo tú también. La incorrección se ha producido por la confusión entre dice (tercera persona en singular del indicativo de decir) y di (imperativo singular del mismo verbo) y forma aceptada por la norma culta.
Si hacemos un ejercicio de comparación, entre el indicativo y el imperativo de los verbos en -ir, tenemos:
Partir: indicativo, tercera persona del singular, parte; imperativo singular, parte.
Dormir: indicativo, tercera persona del singular, duerme; imperativo singular, duerme.
Añadir: indicativo, tercera persona del singular, añade; imperativo singular, añade.
Por esta regla de tres, el imperativo singular de decir, debería ser dice. Pero de ninguna manera es así; y eso mismo ocurre con los verbos salir y poner, cuyo imperativo singular nunca es sale y pone, sino sal y pon.
La lengua española, como otras muchas de nuestro entorno, se rigen por dos principios básicos y opuestos: el principio de la analogía (regularidad en la formación de elementos lingüísticos de la misma categoría) y el de la anomalía (diferenciación en la formación de elementos lingüísticos de la misma categoría).
Así, por analogía, tenemos que los indefinidos en singular de temer y partir son temí y partí, respectivamente; pero por anomalía, los indefinidos de tener y decir, no son *tení y *decí, sino tuve y dije.
Pues una vez en funcionamiento los dos principales motores para la fijación de la forma de las palabras, cada uno de ellos, por razones no siempre deducibles, opta por el camino que gusta hasta que finalmente sus resultados son fijados por la norma académica.
A nosotros, los amantes del buen uso de la lengua, que nos dedicamos a enseñarla, solo nos compete mostrar las formas canónicas e indicar, siempre con afecto y comprensión, cuantos hechos se salgan de las recomendaciones de la Real Academia, a quien corresponde desde hace más de trescientos años la difícil misión limpiar, fijar y dar esplendor a nuestra sin par lengua española.
Francisco Martínez Calle