HABLAR POR HABLAR | EL PROPÓSITO DEL QUIJOTE | Francisco Martínez Calle
¿Tenía claro don Miguel de Cervantes cuál era su propósito al escribir el Quijote? ¿Lo llegó a conseguir? ¿Estaba satisfecho con su obra? Las respuestas a todas estas cuestiones están contenidas, más o menos explícitas, en el prólogo de la obra, aparecida en 1605 y redactado por el propio autor.
A Cervantes, naturalmente, le hubiera gustado que su Quijote “fuera el (libro) más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”, pero eso, según su autor, nunca fue así. Más bien, Cervantes estaba convencido de que él había creado, antes que el libro más hermoso, más gallardo y más discreto, “la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios (…), como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”.
Por eso, por haberse engendrado en tales condiciones, añade que el Quijote era “una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de erudición y doctrina”.
Y, por si todo lo anterior fuera poco, que no lo es, asegura Cervantes que su obra carecía de los sonetos del principio, sino de todos, “al menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas, o poetas celebérrimos, si bien podrían aparecer los de dos o tres amigos, a los que no igualarían los de aquellos que tienen más nombre en España”.
Pero nada de lo anterior, por mucho que lo diga su creador, hace que el libro sea una entidad huera, sin fundamento y de ambigua finalidad. Por el contrario, es todo un portento de filosofía literaria, ya que “no mira más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías”.
Y junto a la filosofía literaria, el libro posee empatía social, no menos importante, ya que su autor ha procurado que quienes se acerquen a esta novela a empaparse de sus historias, obtengan algún beneficio: “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarla”
En fin, por encima de cualquier deficiencia, está claro que los propósitos del Quijote, están bien claros:
Así, pretendía derribar la máquina mal fundada de los libros de caballerías, en su tiempo, ya alabados y aborrecidos por igual, lo cual no sería poca cosa, por tratarse de un género literario falso y falto de realismo y decoro.
Trataba de proporcionar consuelo espiritual a todos sus lectores, ya que, como bien se sabe, no hay libro por malo que sea que no pueda satisfacernos en algo.
Quería dar a conocer la historia de don Quijote de la Mancha, el más casto de los enamorados, el más valiente de cuantos caballeros andantes ha habido en el mundo y el más ético de los hombres de la Mancha.
Y, por último, el propósito del autor del Quijote era mostrar, a la par que la historia de don Alonso Quijano el Bueno, la de su criado Sancho, compendio de las gracias escuderiles contenidas en los libros de caballerías, hombre práctico y rudo labriego, pero bueno y protector de su mujer y sus hijos.
Podemos decir, finalmente, que Cervantes, al escribir su Quijote deseaba favorecer a la humanidad entera, al proporcionar con la lectura de su obra “pasatiempo al pecho melancólico y mohíno, en cualquiera sazón, en todo tiempo”.
Y esto último lo consiguió holgadamente.
Francisco Martínez Calle