COSAS QUE PASAN.- CITA PREVIA (I).- José de Pineda
No quiero ni pensar cómo se las apañaban nuestros antepasados antes de que a un lumbreras se le ocurriera eso ahora tan práctico de la “cita previa”, y digo ahora porque al principio era un coñazo.
¡Qué gran invento, oiga! Eso de no tener que hacer cola, con lo que nos gusta una cola a los sevillanos, pero llegó el tío de la cita previa y se acabó lo que se daba. Llevo un buen rato pensando si hay algún organismo público, privado o mediopensionista donde no haya que llamar antes para pedir cita, se pueden contar con los dedos de una mano. Es curioso e incongruente pero quizás donde no haya que pedir cita, y contando con que a estas alturas de modernidad e internet quede alguna, es en una casa de citas. Ahí llegues cuando llegues, siempre eres bien recibido sin necesidad de llamar antes.
Hago una pequeña relación a modo de recordatorio y para rellenar hueco, de los sitios más usuales donde si no has pedido cita antes, no tienes nada que hacer, en todo caso esperar al último y que el responsable de turno te quiera hacer un favor o te diga aquello de “vuelva usted mañana”. Ejemplos: Sanidad pública o privada, I.T.V, Tráfico, Hacienda, Inem (ahora también Sae), Seguridad Social,… Esto en cuanto a organismos oficiales, luego están los negocios privados empezando por talleres mecánicos, concesionarios y todo lo que se menee, restaurantes, peluquerías y muchísimos más que ahora no recuerdo.
De todas las citas previas la que más me llama la atención, sin duda alguna, es la de las peluquerías. Me explico: En la actualidad, estés donde estés, ciudad por ciudad, pueblo grande pueblo chico, cualquier pedanía por pequeña que sea, como no hayas llamado antes, te pueden llegar los pelos a media espalda. No digo que todos estos adelantos no tengan su ventaja, pero sin querer nos hemos cargado de un tijeretazo aquella añorada costumbre de llegar a la barbería, que es como se llamaban antes, y decirle al barbero:
-Maestro, ¿cuántos hay?
Y éste haciendo una rápida visual por el reducido habitáculo, contestaba: “tres y el puesto”. Y como en aquellos tiempos no había prisas, pues te sentabas donde podías a esperar tu turno y mientras tanto pegabas la hebra con tus vecinos, y se formaban aquellas magníficas tertulias donde se hablaba de todo: de toros, de fútbol, de lo divino y humano, del que vino, del que fue, del frío, de la caló, algún que otro lío de faldas, de la niña que se fue con el novio, y de todo lo que se terciaba. De todo menos de política.
Ahora todo es distinto, todo ha cambiado muchísimo. Cuando llegas a la peluquería sólo está el puesto y a ti que te toca, y se acabó la conversación. Desde el viejo instrumental con sus avíos de afeitar (ahora nadie se afeita) aquella maquinilla manual y su tacatacatá que dejaba dormido al niño. CONTINUARÁ. Como estamos en agosto, no vayan a ningún sitio sin pedir cita. CERRADO POR VACACIONES.