DESDE UN LUGAR DE MALLORCA.- CRÓNICAS DE UN DESEO.- José Calderón Barrios
La gente se cree que es fácil matar a una mosca. Toda la mañana llevo dando manotazos y no hay quien pueda. Un vecino científico me informó que este insecto detecta cualquier amenaza pues tiene un campo de visión de 360 grados, y en una milésima de segundo idea un plan de huída. Así que doy una tregua a la caza y paso a exponer el tema del día.
Los catalanes siempre han estado orgullosos de ser tales, pero nunca lo han estado del rey catalanoaragonés Fernando II el Católico. Al casarse con la infanta Isabel de Castilla, en 1469, y haber heredado el trono aragonés en 1479, se llevó a cabo la unión de Aragón con Castilla. Don Fernando fue un gran talento político y diplomático. Intervino en las guerras de Italia, enfrentándose a los franceses, y conquistando Nápoles. Se colonizaron las Canarias y se tomaron diversas plazas en África. La ciudad de Granada, último vestigio de la dominación musulmana, fue tomada por los reyes Católicos, aunque no fuera tarea fácil. Estuvo sitiada durante diez largos años pues el rey nazarí, además de Granada, que era la capital, lo componían también Almería y Málaga. Cuento sólo parte de los muchos hechos gloriosos del rey. Sin embargo, la gran proeza, la que le hubieran agradecido eternamente los suyos, su genuina estirpe, hubiera sido la imposición del catalán como lengua oficial del nuevo imperio, un imperio adonde llegaría a no ponerse el sol. Perdió la ocasión, la suprema ocasión. Hoy, posiblemente, tendría una gigantesca estatua ecuestre en el punto más alto de la sierra de Collserola. El 7/12/1492, don Fernando sufre un atentado en Barcelona, resultando herido. Dicen que fue un desequilibrado pero a saber quienes le indujeron a cometer tal acción. A don Fernando, la leyenda negra lo tachó de “calzonazos” porque admitió la divisa “Tanto monta monta tanto…” La reina Isabel, una de las mejores de todos los tiempos, fue difamada. Sus criadas de confianza contaban que raras veces se cambiaba de zagalejo, y cuando se sentaba en el trono las moscas se posaban en la corona real.
¿Y lo de la mosca a manotazos, en qué quedó? –preguntó una voz de fuera-. ¡Calla, calla! Le pedí ayuda a mi mujer, le aplicamos el plan “B”, le tendimos una trampa con una red improvisada. La vimos, nos tiramos a saco, y la cazamos, pero cometimos un error de cálculo pues nos dimos un coscorrón de muerte. Y es que aquel día estábamos confundidos por lo de “la hucha de las pensiones”. Ahora estamos los dos con la cabeza vendada.
Desde un lugar de Mallorca
José Calderón Barrios