DESDE UN LUGAR DE MALLORCA | EL LADO EXTRAÑO DEL DOLOR (IV) | José Calderón Barrios
Las hordas formadas por los moradores de las cinco ciudades del valle de Pentápolis invadieron una de las ciudades para hacer un macrobotellón; y cuando los espíritus inmundos del alcohol y estupefacientes se manifestaron y empezaron los comas etílicos, como no había todavía escaparates, ni coches, rompieron puertas y ventanas, y metieron fuego a los camellos y jumentos de carga.
“No se incomode mi Señor si hablo otra vez”: ¿”Y si hubiera sólo un justo?” El Reino de los cielos es como un amo que ajusta cuentas con sus criados…”. “Se inclina el Señor desde los cielos para ver si hay algún cuerdo que les busque”.
Explotó la catástrofe de la Naturaleza, y cayó azufre y fuego en el lugar. Sólo se salvó la ciudad de Bela (Soar), la más pequeña. Porque se refugió en ella Lot, sobrino de Abrahán, que rogó por su salvación.
Retomo el tema del maestro de escuela, para contemplar la satisfacción que experimentaría don José Infante si levantara la cabeza y viera qué había sido de aquellos mequetrefes que se encontró cuando les dio su primera clase, que no sabían ni en el día que vivían; y para ver lo que les han deparado los años, y el “Tiempo”, ese elemento misterioso y evanescente que va transformando al ser humano hasta dejarlo en una “vitrina” expuesta en un tanatorio, para que la gente vea lo guapos que están muertos.
Él nos había enseñado las 4 reglas aritméticas; quería que nos aficionáramos a la lectura. Nos hacía ejercitar la mente poniéndonos lecciones de memoria y para animar el ambiente, la clase de geografía la dábamos cantando.
De aquella feliz promoción salieron: jefe de estación, directores de banco, alcalde del pueblo, militares, guardias civiles, guardias urbanos de metrópolis torneros, chóferes, sastres, conserjes de hotel, toreros, futbolistas, y hasta un multimillonario, pero con corazón, con sentimientos, lejos de la filosofía mundanal del “Gran Gatsby”.
Don José no nos enseñó a construir avioncitos de papel sino a volar por nuestra cuenta; a hacer realidad sueños que parecían imposibles. Las ovejas no ven más allá de 5 metros, por eso necesitan un buen pastor que las guíe, y ellas agudizan el oído y reconocen la voz de su amo. El dolor, la miseria y el esfuerzo suelen generar valores humanos.
Como decía ayer el teólogo humilde y jorobado, Soren Kierkegaard, -su apellido significa “cementerio”, de ahí que tuviera un carácter melancólico- la fe exige dar un salto voluntario e irrazonable al absurdo. Pero hoy los cristianos son muy científicos: “tocar y ver para creer”. No se dan saltos al vacío. Nadie da un euro por ir a ese lugar utópico, más allá de las nubes, llamado reino de Dios. -”Yo confío más en el Reino de la Abundancia”, me refutó un vicioso de la lotería, con el síndrome de doña Manolita. Este, desde un pueblo de la provincia de Madrid, cada año por octubre aguarda paciente en la cola de la Puerta del Sol para comprar números de Navidad -para él y para medio pueblo- que coincidan con determinadas fechas de casamientos, con el día que se conocieron, o la del día que le subieron el sueldo, etc. etc. Pero de saltos al vacío, nada. Nadie apuesta por la “lotería de Dios”. El Hacedor del mundo, el Arquitecto del universo está siendo ninguneado.
La sociedad “friki” deja que desear respecto a sus mayores. El otro día -contaba un anciano- me visitó un nieto (presionado por su padre). Hacía tiempo que no lo veía; me miraba desconfiado, con cara de asco, guardando distancia. Me trataba de usted. La visita duró 5 minutos.
Una parte del mundo quiere guerra, la otra permanece oculta en su casa, observando asustados lo que sucede fuera. La Naturaleza se revela, los animales se desplazan, y las montañas vomitan fuego y nos apedrean. Pero no nos convertimos al Dios verdadero; el único mandamiento que se cumple a rajatabla es el “Procread, multiplicaos y henchid la tierra…”. En el horizonte lejano se oyen trompetas “talibanas”.
La locura parece estar normalizada. Individuos que eran sencillos y honrados, al ejercer altos cargos se acostumbran a andar sobre alfombras, y se vuelven tramposos e insolidarios… con chilabas escondidas. El interés no tiene bandera, en su alcázar ondea la que más convenga.
Me ha enviado “mi representante”, Pepe Pineda, un video del homenaje al cura de Cañada. Magnífico. Para mí, el momento culmen fue cuando un joven con síndrome de Down -con la gracia que caracteriza a estos ángeles- mostró, de alguna manera, ante el micro, su agradecimiento hacia don Fernando.
Por un instante, hasta Mallorca llegaron “los resplandores y magnificencia», es decir, el triunfo del Evangelio según San Fernando Flores. Y es que tiene amigos por todas partes.
José Calderón Barrios