DESDE UN LUGAR DE MALLORCA | REPARTO DE DENARIOS (II) | José Calderón Barrios
Fue en un principio. No hay más que contemplar el primer episodio en el escenario del paraíso terrenal. Se les ofrece un jardín frondoso, fructífero, generoso, con la condición de que tienen que cuidarlo, y respetar y obedecer al Dador. La primitiva madre, Eva, miró y escuchó al tentador con empatía. Tomó la manzana, la mordió, e ingenuamente exclamó con snobismo y frivolidad: “An apple a day keep the doctor away” (pron. “an eipol a dei kip de doctor auéi”. Igual a: “una manzana al día mantiene al médico alejado.”) Fueron echados a fuera, a labrar la tierra de la que habían sido formados. Hasta que llegó la plenitud del tiempo, y apareció el nuevo Adán, enviado a enmendar el pecado. Bajó de su reino para redimir a la carne mundana y débil. Al versículo 16 del capítulo 3º del evangelio de Juan se le llama la Biblia en miniatura, porque en este versículo quedan compendiados los 72 libros que componen las Sagradas Escrituras. Y dice así: “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
¿Quién es el hombre para que Dios se acuerde de él? Al principio no es nadie, un animal menesteroso y dependiente. Un becerro nace y a los diez minutos ya está de pie, buscando la ubre de su madre. Y las defensas del pulpo, son diversas y extraordinarias: ocho brazos largos, con ventosas, y ojos muy grandes. Cambia de color según el lugar en que esté, y se defiende de posibles amenazas ocultándose tras un chorro de tinta negra que él mismo expulsa.
El niño cuando nace, antes de ponerse en pie, tiene que gatear, andar a cuatro patas, para que no se engría, para que no se le olvide su naturaleza animal. Sin embargo, ha sido creado a imagen y semejanza del Todopoderoso. El hombre está donde Dios habla porque Dios es donde el hombre está; y esta misión no puede ser ejecutada por un animal, sino por un animal con alma, que es el hombre. El alma es la razón por la que hemos sido creados a imagen y semejanza del gran Hacedor.
Somos tesoros guardados en vasijas de barro, no en cofres de hierro, ni en la Banca. Según el Salmo, no vence el rey por su gran ejército, sino por la confianza en el Altísimo.
El orden es belleza, encanto. El desorden es feo, antiestético y violento. El hombre ha sido un mal administrador, un mal jardinero; tal es así que, en la segunda oportunidad, en el jardín-mundo ha vuelto a fracasar. No ha sabido poner orden ni concierto. Ya avisó el humilde Habacuc en su libro de sólo tres capítulos y cuatro perícopas: “Por eso se embota la ley, y el derecho no resplandece; pues el malo asedia al justo; por ello el derecho se tuerce”.
Actualmente el mundo padece un tumultuoso desconcierto. Millones de personas, a causa de revoluciones y guerras -muchas veces declaradas por la arbitrariedad de un solo individuo- abandonan su país y se refugian allí donde pueden. Con una maleta, una manta, y el estómago vacío. El estómago es como una máquina trituradora que necesita regularmente materia prima. El tirano del río Moscova, consciente de esto actúa en consecuencia; auto justificándose con arteras verdades, bombardeando pueblos enteros, con salvaje voracidad, sin considerar que haya niños inocentes y viejos decrépitos.
Aquí, al oeste de occidente, se mantienen otras guerras de guerrillas: las del tabaco, alcohol, drogas, insomnio -cerca de seis millones de españoles se pasan la noche contando corderos-, dictaduras soterradas, la guerra de la verdad y la posverdad; 500 grupos de anarquistas -sólo en la ciudad de los 400 delitos diarios-, ludópatas, apóstatas, okupas y trileros, y la de los niños “adictos a la pantalla”. Algunos empresarios han visto la oportunidad de enriquecerse rápido ofreciendo portales digitales pornográficos, y apuestas “online”, y más cosas. Niños, a partir de once años, están hasta 15 y 16 horas enganchados. No tardarán en convertirse en robots, sin distinguir el bien del mal, ni lo real de lo irreal… lo mismo pueden matar a su padre que arrojarse al vacío desde la ventana de su habitación -su guarida- en un séptimo piso; sin temer al impacto sobre el asfalto. Se sienten soñando, embobados frente a la pantalla, disfrutando de las imágenes del “Tik-Tok”. (Continuará)