EL MUNDO ES UN PAÑUELO | Antonio Martínez Quesada
El mundo es un pañuelo. Es lo que se suele decir cuando ocurren casualidades como es, por ejemplo, el encuentro fortuito de algún conocido, por lo general, en un lugar no común. A mí también me ha pasado. He dicho eso de “el mundo es un pañuelo”. Para no extenderme mucho, voy a contar tres anécdotas ocurridas, curiosamente, en orden cronológico.
En mi época de estudiante, unos amigos me invitaron a una fiesta en Sevilla. Era el cumpleaños de alguien y me convencieron para ir. Como yo no tenía donde alojarme, dimos por hecho que sería en la misma casa (de estudiantes) donde se celebraba. Una vez allí, con cada vez más invitados, me percaté de que la fiesta no comenzaba a su hora. Algo pasaba. Se retrasaba, por lo que pregunté a los anfitriones por el motivo. “No pasa nada, me contestaron, es que estamos esperando a que llegue Cristóbal”. Ah, vale. Bien.
¿Y quién es Cristóbal? “Pues un amigo nuestro de Córdoba”. Ah. Pues venga. Esperamos. Y durante un buen tiempo estuvimos esperando a Cristóbal. “Parece que ya llega”, decían unas veces. “Parece que va a tardar”, decían otras.
Puedo asegurar que mi paciencia, poco a poco, se agotaba. No entendía el interés por esperar, estando allí prácticamente todos los invitados. Y por fin llegó: “Ya estamos todos. Ya está aquí Cristóbal”. Imaginaos la sorpresa de los allí presentes cuando al entrar Cristóbal al comedor, ven cómo soy yo quien me acerco hacia él y nos saludamos efusivamente. Cristóbal era aquel con quien, en mi niñez, había jugado tantas veces. Ambos, él y yo, éramos hijos de emigrantes de Begíjar que, en días señalados, generalmente festivos y periodo estival, coincidíamos. En esta ocasión fueron los allí asistentes quienes, tras las explicaciones dadas, comentaron eso de que “el mundo es un pañuelo”.
En otra ocasión, yendo de viaje, comprobé cómo el depósito de la gasolina entraba en la reserva. Pasé por varias gasolineras. Las iba dejando atrás sin ningún motivo aparente. Cuando me pareció oportuno, opté por parar y repostar. La gasolinera en cuestión estaba (sigue estando) en un apartado de la carretera, donde de pequeños, al pasar por ahí, cantábamos en el coche, en familia, la famosa canción de “Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir…”. Supongo que los buenos recuerdos me llevaron a parar allí.
Al llegar y bajarme del coche, mis primeras palabras fueron “el mundo es un pañuelo”. ¡Tito, qué casualidad! “¡Pero bueno, Antoñuelo!” Mira que hay gasolineras. Pues fui a para a la misma en la que estaba repostando mi tío Antonio. Ambos íbamos al mismo sitio. Ambos íbamos a Begíjar.
Por último y muy reciente, en la actualidad imparto clases en la ESO, en Écija. A principio de curso, al realizar las pertinentes guardias, siempre faltaba un compañero. Me comentaron que estaban pendientes de que llegara un sustituto. Y llegó. Un día, al entrar en el Centro, avanzando por el pasillo de la planta baja, veo que un hombre de mediana edad, mochila a la espalda, se encuentra al final del pasillo. ¿Quién es este?, me dije.
Conforme me acercaba a él, comprobé que me sonreía y cada vez más. “Eres mi salvador”, me dijo entre risas. Por fin le reconocí. Nos dimos un fuertete abrazo y los dos nos alegramos del reencuentro. ¡Pero bueno, qué haces tú aquí! “Vengo a susgtituir a un compañero”, me dijo. ¡Qué alegría! Ven que te presento a los demás, le dije. Al primero que vimos, miembro de la Jefatura de Estudios, se lo presenté. Mira, un amigo. Viene como sustituto de otro profesor. Para que te hagas una idea, lo conozco de toda la vida. Somos amigos desde hace muchos años y hemos compartido miles de anécdotas. Es del pueblo de mis padres, de Begíjar. No recuerdo bien quién fue, pero alguno dijo: “el mundo es un pañuelo”.
Kurki