HABLAR POR HABLAR | LOS ALBORES DE LA LENGUA ESPAÑOLA | Francisco Martínez Calle
Un buen amigo mío, con el que comparto muchas horas de camino, me preguntó recientemente por una de las cosas que, según me dijo, a él le gustaría saber, pero que no se atreve a preguntar:
–Pregunta, amigo, lo que quiera que sea, que yo te responderé lo mejor que sepa, con tal de satisfacer tu curiosidad y amenizar un trayecto, a veces, incómodo.
–Pues me gustaría saber, por ejemplo, desde cuándo existe la lengua castellana o española, que de las dos maneras se puede llamar –me plantea el buen hombre, sin alterarse lo más mínimo.
–Te diré que la primera obra literaria extensa escrita en castellano, lengua básica del español, apareció a finales del siglo XII o comienzos del XIII. De autor desconocido, recibe el nombre de Poema del Mío Cid y trata de explicar la historia de don Rodrigo
Díaz de Vivar, el Cid Campeador, un noble castellano de Burgos, muerto a finales del siglo XI y desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI, al exigirle a este juramento de no haber tenido arte ni parte en la muerte del rey Sancho, hermano mayor de Alfonso.
–¿Y qué interés tenía El Cid Capeador en aclarar el asunto de la muerte de Sancho? -insiste mi amigo, con la misma curiosidad de antes.
–Tenía interés, porque el Cid era el alférez de Sancho y, al parecer, uno de sus soldados predilectos.
-Total, que el rey Alfonso y el Cid se enemistan –sentencia mi amigo con certera comprensión del problema.
Así es, en efecto, por lo que el Cid Campeador, con el fin de ganarse el prestigio perdido con el destierro, tratará de recuperar su honra y buena fama perdidas, logrando importantes conquistas a los moros de Valencia, con las que agasajar a su señor natural, Alfonso VI.
–¿Es muy extenso el libro?
–No, no es muy extenso –le respondo-. Además, está escrito en verso, por lo que su lectura es rápida.
–¿Se entiende bien?
–No. Eso ya no es fácil. Ten en cuenta –le recuerdo—que el libro ha cumplido ya 800 años y eso ha permitido una notable evolución de la lengua original.
–¿De cuántas partes se compone? –insiste mi amigo.
–El poema, que se compone de tres partes (“Cantar del destierro”, “Cantar de las bodas” y “Cantar de la afrenta de Corpes”), permite colocar al Cid, por su arrojo e inteligencia a la altura del rey de Castilla y por encima de los hijos de este, los infantes de Carrión.
–¿Y cómo acaba la historia? –me demanda mi amigo, que casi no puede contener su entusiasmo por el final.
Al final de la historia, las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, se casan con reyes, si bien no eran castellanos.
–¿Recuerdas algún fragmento?
–Sí, del relato, que de un gran realismo y está lleno de hermosísimos pasajes, especialmente, los alusivos a los apartados antes citados, solo recuerdo uno referido al comienzo del destierro:
Mío Cid movió de Bivar para Burgos adeliñado,
Así dexa sus palaçios yermos y desheredados.
Fabló Mío Cid bien e tan mesurado:
Grado a ti, Señor padre, que estás en alto.
¡Esto me han vuelto míos enemigos malos!
En fin, un diminuto botón de muestra de la vigorosa lengua castellana, recién nacida, pero que ya se utilizaba literariamente antes de que Fernando III el Santo comenzara la conquista de Andalucía.
–Gracias, buen amigo. Ahora sí que estoy dispuesto a leer ese libro que, muchas veces, más que un libro me ha parecido un laberinto incomprensible.
–Léelo y, luego, hablamos de nuevo del asunto.
Francisco Martínez Calle