Recuerdos y añoranzas de un pasado ilusionante | Paco Rodríguez
1.-INVIERNO EN ÉCIJA.-En los inviernos de las décadas de los años cuarenta y cincuenta, del siglo XX, era norma generalizada, no escrita, poseer una “mesa-camilla”, que llamaban “ESTUFA”, con una tarima, en la que se introducía un brasero, con cisco de carbón, carbonsilla o “carbonilla. Colocando en todo lo alto del montoncito de picón o cisco, un ascua ardiendo de la hornilla de la cocina, pues entonces se cocinaba de ésa manera. A base de darle aire con el correspondiente soplillo, prendía en todo el contenido del brasero, dándole juego al fuego y con una paleta de hierro, o badila, se conseguía una buena y sana calefacción en la habitación central o comedor de la casa. Consiguientemente se iba calentando el ambiente. Sobre la mesa un cacharrito, que podía ser un recipiente de barro, de cartón piedra o de cristal, conteniendo la clásica alhucema, planta procedente de “lavanda”, de la que se echaba un “puñaíto” en el brasero, produciendo un aroma de gloria bendita, que se transmitía en casi todas las dependencias de la casa; desde que entrabas por la puerta, dando una sensación de bienestar y acogedor. Alrededor de la mesa-camilla o estufa, situada en el centro de la habitación-comedor, cuya mesa era de grandes dimensiones; a su alrededor nos sentábamos todos los componentes de la familia, a las horas de las comidas. Tras el almuerzo, cada habitante se disponía a realizar sus labores. ¡NUNCA!… ¡jamás!, se escuchó que alguien hubiese provocado un incendio con el susodicho brasero, ocasionando daños materiales y físicos, irreparables en las personas, como por desgracia ocurre en el presente, con cierta frecuencia. Si acaso, eso sí, se podía dar la circunstancia de que algún miembro de la familia, al quedarse dormido sobre la mesa, notara síntomas de estar “atufao”, o “aflatao”, por la inhalación de monóxido de carbono; pero en la gran mayoría de los infrecuentes casos, se trataba de una indisposición leve, que se solucionaba rápidamente, sacando al afectado al patio, donde al respirar aire puro, volvía a su estado normal.
NAVIDADES.- En aquellos fríos inviernos, de la ÉCIJA de calores tórridas, en verano, la NAVIDAD se celebraba como Dios manda: el Niño Dios nacía cada 24 de Diciembre, y en las fechas previas se seguía la tradición y protocolos de siglos.
No alcanzo a recordar si en mi familia se jugaba la Lotería del Gordo de Navidad, el 22 de Diciembre, introducción a la Fiesta. Ya, luego, de mayor, si adquirí conocimiento de ello. Pero se jugaban participaciones, en forma de papeleta de 5 Pts.- Aseguro que nunca nos tocó nada. La suerte era “tener salud”, y ya era bastante fortuna.
Concretamente, en la casa número 2, de la calle Avendaño, donde nací y vivía con mi familia, trato de recordar, con nostalgia, que cada 21/Diciembre, Santo Tomás, Apóstol, del Señor, y conocido con el sobrenombre de “Santo Tomás el de los pestiños”. todos los habitantes de la casa, se juntaban en el gran patio, alrededor de una candela, en un gran barreño de zinc, con carbón y picón. Siendo mi abuela Lola, la matriarca de la vecindad, quién se encargaba de organizar a los demás vecinos, para la elaboración de los pestiños. Ella iniciaba el trabajo con sus puños, amasando una buena cantidad, a la que echaba todos los avíos o aliños adecuados, y el resultado fuera el esperado, unos pestiños en su punto de textura, bien enmelados, como debe ser. En la masa, radicaba el misterio de unos buenos pestiños: había que trabajarla mucho, todas las manos eran pocas para ello. Cuando mi abuela comprobaba que estaba apta para elaborarlos, ponía a todo el mundo en la tarea moldeadora. Mientras, una vecina se encargaba de preparar, en una gran sartén con el aceite suficiente, y en el punto exacto que marcaba la “manijera” Lola, para ser echados en la sartén. Tras lo cual, eran enmelados y dispuestos en platos, para cada familia.
Después, de una forma improvisada, sin que estuviese preparada ni ensayada, se fraguaba una gran zambomba, en la que participaba toda la casa, incluso vecinos de casas colindantes, como por ejemplo la familia Ortega, de la clínica veterinaria de Don Francisco Fernández Figueroa; allí estaban Joselín Ortega, su hermano Bori, sus hermanas Loli y Anita María, (ésta novia, y luego esposa, de Julián Álvarez Pernía, con el tiempo llegó a ser el primer alcalde democrático de la Ciudad). Como instrumentos de percusión algunos miembros asistentes, tocaban panderetas, castañuelas o palillos; el almirez y, cómo no, una gran zambomba fabricada por ellos mismos, en una tinaja pequeña de barro, con la piel de un borrego; éste instrumento lo tocaba alguien mayor, que tuviera mejor conocimiento del ritmo, el resto del personal cantaban los villancicos populares de toda la vida, que tienen siglos de vigencia sus letras. Recuerdo haber visto de pequeño a mi padre, que tenía formada una rondalla compuesta de 3 bandurrias, 2 laúdes, 1 violín y dos guitarras, y que era contratada en bodas, bautizos o en los dichos. Quienes en la noche de Santo Tomás, amenizaban la fiesta con su música incomparable. Los niños nos lo pasábamos en grande. Esa noche no metíamos la pata, ni hacíamos gansadas; se nos permitía formar parte de la reunión como unos espectadores pero silenciosos, pues ninguno sabíamos hacer nada. Éramos muy pequeños aún.
*LA NOCHEBUENA. Para mí era la mejor noche del año. Máxime en tiempos de la “jambre”, puesto que comíamos mucho y variado. Algunos años, según estuviera la economía, y otros años un arroz con carne de gallo o gallina. Lo más importante no era la comida, aunque también, la importancia era estar todos juntos, y comernos el guiso correspondiente, el cual, por las manos e inspiración de la cocinera, sabía a gloria bendita. En la cocina, SIEMPRE mi abuela Lola, quién era la encargada de poner sus conocimientos y destreza en los guisos, con la ayuda de mi madre y mis tías Angelita y Lola. El resto de la cena, lo corriente en aquellas fechas, los dulces y mantecados de La Colchona de Estepa, que estaba emparentada con mi abuela, presidían los postres. No faltaban los bien elaborados pestiños, que hacía las delicias de todos. Nos atiborrábamos todo lo que nos dejaban comer: era una noche especial.
El resto de las navidades pasaba de forma normalita. Salvo que algún que otro mediodía había guiso extraordinario, bien de potaje de garbanzo, habichuela o lentejas, con la morcilla y chorizo correspondiente. Los postres que se conocían entonces eran los peros o manzanas y naranjas. Salvo que la cocinera hiciera extraordinarios flanes o arroz con leche, que le salían p’a chuparse los dedos.
LA NOCHE VIEJA.-Aunque no tenían la importancia y trascendencia que después tuvo, en mi casa, por mi familia, recuerdo haber visto cómo se tomaban las doce uvas al golpe que daba uno de mis tíos sobre una cacerola de gran tamaño.
- -¡¡Qué suerte haber nacido en aquella época!!.
- -¡¡Qué suerte haberme criado en aquél ambiente grato, lleno de tanto amor!!….(sobre todo eso: MUCHO AMOR)…
– -¡¡Qué suerte haber tenido aquél fenómeno de Abuela Lola, que tanto significó en mi vida, sobre todo, en mi infancia y más tarde en la adolescencia.
LOS REYES MAGOS.- Aquella noche no se dormía; tanto mi hermana Luisita como yo, estábamos en vela, para verlos llegar. Hé de decir que no había cabalgata, ni carrozas, ni había Tienta Panza, ni Visir, ni Estrella de la Ilusión. Pero nada de aquello, que no teníamos, se puede comparar con el AMOR con el que nos dejaban los regalo. Sí teníamos ILUSIÓN, y esperanza de ver lo que nos habían dejado los Reyes Magos, durante la noche. SS.MM de Oriente eran todo lo generoso que podían ser, en aquellos años de penuria económica. Aún no conocíamos la envidia, ni la soberbia que existe en estos tiempos. Conscientes de la realidad, teníamos la cultura de la conformidad. No ambicionábamos más, porque entonces sí imperaba la igualdad. Nuestro entorno estaba educado para todo. Además, nuestros padres y familiares, nos hacían ver y comprender “que SS.MM, tenían que atender a otros niños, con más necesidades y más pobres que nosotros”.
Supimos sobreponernos a la adversidad.
El conformismo era nuestra doctrina.
Nuestros padres nos daban lo más importante en la vida: AMOR.
Por todo lo cual, desde estas líneas quiero transmitir a mis lectores, mis deseos de FELICIDAD, PAZ y SALUD para todos en estas Navidades. Un año 2022, con más esperanzas que el pasado.