DESDE UN LUGAR DE MALLORCA | EL LADO EXTRAÑO DEL DOLOR (VIII) | José Calderón Barrios
Habían pasado 15 días y Rafalina permanecía al pie del cañón, impertérrita, callada. Don Godo estaba encantado con ella, nunca había tratado a una joven que sirviera con semejante humildad, solicitud y efectividad. Las llagas de las piernas le habían mejorado, gracias a la higiene, pomada adecuada y medicinas indicadas. En los pocos días transcurridos sentía tal admiración y simpatía que la trataba como si hubiera sido su propia hija. Se permitió reformar su nombre de pila porque observó que éste contenía una rana, anfibio que le repugnaba. Así y todo, se veía obligado a oír el croar procedente del lago natural rodeado de juncos, mimbres y demás plantas propias de humedales, donde se escondían ránidos y demás escuerzos, y los nenúfares, esas bellas flores acuáticas, flotantes, solitarias.
Con todo cariño, nada sensual ni epicúreo, don Godofredo quitó al nombre de Rafalina la primera y la última sílaba -y saltó la rana-. No le parecía apropiado un nombre tan largo para un ser tan especial y etéreo, y surgió Fali, un diminutivo simpático, limpio, sin pretensiones, cuya etimología podría ser «li faré» -en la lengua materna de don Godo-, le serviré. Al más pobre, al despreciado, al vilipendiado…al siervo de Yavé.
Me permito presentar a Primitiva…derivadas, simples y compuestas. ¡Uy! Ya me he disparado. Y es que, «endende» que me voy acercando a los 87 más se me va la olla. La Primitiva a la que me refiero es a la supuesta sobrina de don Godofredo, gobernanta y ama de llaves de la casa. Él la llama irónicamente «Miprimi», así, todo junto. Entre ellos empezó a haber incluso «empatía» pero un día que sufría intensamente se atrevió a insinuarle que ella podría informarse sobre la eutanasia, y así dejaría de sufrir tanto. La mandó que saliera inmediatamente y que cerrara la puerta tras de sí.
Un día, Miprimi observó con la amabilidad que su tío trataba a la sirvienta; cambió de color, y decidió renovar su táctica militar. De pronto, como se presentan los casos desagradables, apareció el 6° de los pecados capitales: la envidia, progresista y a la vez, destructiva, con más peligro que el 7° de Caballería.
Don Godo seguía observando a Fali, veía en ella un ser muy singular. No hablaba sino para servir. Decidió consultar a su pariente, médico, el que se la había enviado; éste le dijo que, en las vicentinas y en lugares semejantes había personas cuya manera de comportarse diferían de las corrientes o comunes. De todas formas -le informó-, para entenderlo, nada más acertado que consultar la Epístola universal del apostol Santiago, 1,27: «La práctica religiosa, pura ante Dios Padre, es asistir a los necesitados y guardarse incontaminado frente al mundo». Una raza escasa, «rara avis», lo mismo puede resultar genial que ridícula, pero siempre prominente. Empezó a destacar una parte de los deportados a Babilonia, asentados a orillas del río Kebar, el «resto», aquellos que continuaron fieles a los preceptos de Yavé. El lugar donde el profeta Ezequiel, en medio de los cautivos, vio abrirse los cielos y contempló visiones de parte de Dios: «Miré y he aquí que venía del Septentrión un viento impetuoso…». Los crímenes y las tragedias del hombre se van sucediendo cíclicamente. «No matar a Caín». No existe el tiempo para Dios, un día es como mil años…y Ezequiel, en aquella época de cadenas, sangre y lamentos, oiría por esquinas de ciudades modernas, a personas de muchos días, hablar de guerra y rumores de guerras, así como el silencio de ataúdes amontonados.
Don Godofredo, por su parte, había querido compensar a Fali. Le había extendido un cheque nominativo de 150.000 pesetas, y dado instrucciones de lo que tenía que hacer, pero ella que practicaba la mística del «Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta», cogió «el papel» y, con indiferencia, lo metió en su maleta.
Hacía días que don Godo pensaba en la muerte, y hablando consigo mismo, llegó a la conclusión de que había dos cosas en el mundo que el hombre no puede fijar ni determinar: el día de su nacimiento y el de su muerte. A propósito, el sabio de Tagaste dejó escrito: «Yo soy yo pero no soy de mí».
En la madrugada de un día de la semana de Pasión, Fali sintió unos golpecitos en el hombro, le costó despertar pues su señor había tenido una crisis respiratoria durante la noche. La muerte no llama dos veces como el cartero. Dio un salto de su cama y cuando vio la lividez amarillenta del amo empezó a gritar, hasta que apareció Miprimi, que cuando fue consciente de la situación, se puso a gritar como si ya fuese el ama de la casa. Cogió a Fali por los hombros y zamarreándola gritaba: ¿Qué le has hecho… qué le has hecho? Dos lágrimas » de fuego» surcaron el rostro de la sirvienta. Miprimi echó mano, furiosa, a la maleta y hurgando en su contenido vio el documento bancario y cuando leyó la cantidad, el cheque fue un choque en su mente, le subían colores, lo mismo rojo que verde, de tal manera que su rostro parecía un semáforo, fenómeno, que en el mundo, jamás había sucedido. Hizo trizas el documento y los fragmentos se los tiró a la cara, con rabia de película. La cogió por la punta de la manga de la rebeca y la llevó medio a rastras hasta la puerta de la calle, le dio un empujón y cayó al suelo, cogida al asa de su maleta de cartón. Miró al cielo con longanimidad, y se levantó dispuesta a buscar otro frente, en la primera línea de la guerra de Dios.
En el lago de las ranas, la suave brisa del alba movía júncias y juncos y los nenúfares se mantenían cómodamente en la superficie del agua. Mientras que un rano, a su manera, infla sus bolsas aéreas para ejecutar el toque de queda en el lugar.
(Continuará)
J. Calderón Barrios.