HABLAR POR HABLAR | DE LA NATURALEZA DE LOS PIROPOS INFANTILES (I) | Francisco Martínez Calle
Los piropos, también denominados requiebros y lisonjas, desde un punto de vista social, constituyen la forma tradicional y espontánea de expresar el cariño, el afecto, la ternura o la admiración que sentimos por nuestros semejantes. Al ser un modo de comunicación, los piropos van dirigidos a todas aquellas personas con las que tenemos algún tipo de trato cordial: al padre, a la madre, a los hijos, a los amigos, a los compañeros de trabajo, a cualquiera que conozcamos y, si la situación lo requiere, incluso, a los desconocidos.
Desde el punto de vista lingüístico, los piropos, cualquiera que sea su destinatario, poseen una serie de elementos comunes entre los que se encuentran las interjecciones, el posesivo de primera persona (mi), generalmente pospuesto (mío), las comparaciones, las metáforas y la rica adjetivación. Además, los piropos se caracterizan por presentarse en construcciones sintácticas breves, habitualmente con verbo elidido y, por supuesto, con entonación exclamativa.
Ahora bien, entre las muchas variedades de piropos existentes, nos vamos a fijar únicamente en aquellos cuyos receptores son los niños, sobre todo, si éstos son pequeños. Sin ánimo de agotar el asunto, y sólo a modo de aproximación, estos piropos, que denominaremos infantiles, podrían agruparse en tres modalidades:
- a) Los que contienen el término hijo u otros nombres de persona, con idéntico valor afectivo: hijo de mi vida, padre mío, madre mía, rey o reina de mi casa…
- b) Los que eluden el término hijo u otros nombres de persona y lo suplantan por otros sustantivos de gran valor personal o social: vida mía, amor mío, tesoro de mi casa…
- c) Los que contienen algún tipo de comparación explícita, en la que se ponderan las cualidades del hijo frente a las de otras personas: lo más bonito de mi casa, lo más guapo del mundo entero, lo más bueno que pare madre…