HABLAR POR HABLAR | LAS SORPRESAS DEL REFRANERO ESPAÑOL | Francisco Martínez Calle
Hace unos meses me vi en la necesidad de presentar un libro recién publicado por un médico joven y discreto, que ejerce en Écija, un lugar muy distante de su tierra. Tenía, pues, el deber de hablar bien del libro (que en este caso no hubo necesidad de cumplidos), por tratarse de un compendio ejemplar de conocimientos médicos y atractivas reflexiones sobre una profesión, digna como ninguna. Y tenía, por supuesto, que hablar bien de su autor, a quien, en un acto de espontaneidad, lo catalogué a la altura de Pío Baroja, Ramón y Cajal y Valentín Fuster, entre otros.Pues es el caso que, al preparar la presentación del acto, se me ocurrió consultar un diccionario de refranes, con el convencimiento de que algo verdadero, profundo e interesante hallaría en esos librotes, promontorios de sabiduría y asiento de toda clase de advertencias útiles. Y tal como lo pensé, así sucedió. Fueron muchos los refranes en los que la figura del médico salía bien parada, debido, sin duda, a que esa debe ser la percepción general.
Por ejemplo, me detuve en aquel que dice así:
El médico, alguna vez, cura; muchas veces, alivia; y, siempre, consuela.
En efecto, no lo hay mejor en lo que a la defensa de los médicos se refiere, porque ahí aparecen como personas consagradas a convivir con el dolor, a combatirlo sin descanso y siempre con la inseguridad de no saber cuál será el resultado final de su esfuerzo.
Pero, claro, como donde las dan las toman, allí donde aparecía lo anterior, un poco más abajo, también figuraba lo siguiente:
Médicos, manceba y criados todos son enemigos pagados.
Este refrán ya no me gustó tanto. ¿Quién puede tener por enemigos a los médicos, siendo estos tan buena gente, según hemos podido leer en el primero? Otra cosa son las mancebas y criados, de dudosa probidad, según he podido leer en algún sitio.
Mayor aún fue mi sorpresa cuando me topé con este otro:
De médicos y abogados, líbreme Dios del más afamado.
Claramente, en este asunto de los refranes, fui de lo regular a lo peor. Porque bien está que algunos médicos y abogados famosos posean tarifas honorarias fuera del alcance de los mortales; pero de ahí a alguien le pida a Dios que lo libere de sus servicios profesionales, tan necesarios a veces, es algo que llama mi atención.
Pero lo peor de todo vino al final de una interminable retahíla de dichos, donde hallé esta perla, cusa de un preocupante regomello:
Un médico te cura; dos, dudan; y tres, muerte segura.
Francamente, no creo que esto sea así, porque a mayor número de expertos, lo lógico es que los resultados sean mejores que las decisiones individuales y no compartidas. La verdad es que, a mi modesto entender, parece mentira que la suma de conocimientos de personas tan benefactoras sean la causa de que la vida de un enfermo penda de un hilo.
A partir de ahora pondré en solfa el refranero y no me creeré todo lo que en él se diga, ya que, si verdaderos son los refranes anteriores, no menos lo son los que siguen, referidos a los propios refranes:
Gente refranera, gente embustera.
Y así debe ser, porque yo estoy seguro de que los médicos, salvo excepciones, que alguna habrá, además de buena gente, son los primeros interesados en que sus pacientes se alivien, curen y, en cualquier caso, sufran lo menos posible.
Francisco Martínez Calle